En Gualeguaychú, mi pueblo, hay dos carnavales: uno, dicen, el cuarto más importante del mundo; cientos de miles de espectadores vienen desde todos lados a verlo. Imponente, fastuoso, mil personas en escena y millones invertidos en trajes, plumas, luces, música, carrozas...
El otro, el carnaval del barrio, el del pobrerío, el de la murga y las cornetas, el de la alegría. 
Así lo cuenta mi amigo, el periodista y escritor Fabian Magnotta:
 
EL OTRO CARNAVAL… Guía para viajeros, diría Cortázar. Que sepan que además del Carnaval Espectáculo, el viernes 1 de febrero comienza el Carnaval barrial, que lleva el nombre del payaso Matecito.
Desde hace unos años le dieron el viernes, y por ahora sigue ahí. Es el carnaval sin ticketek, donde el invencible Momo se quedó.
-Tengo los videos grabados para mirar el carnaval en invierno. Mi vida es esto… es para extrañar menos el carnaval- me dijo una murguera con historia.
La mueca que queda dibujada a fuego, la burla a la rutina, por unas horas la gambeta a las penas, una “reina” que es un albañil bastante feo, pero –como decía Borges de Almafuerte- lo salvan la fuerza y la convicción. El papel picado, el sonido de celofán, y la serpentina que queda eternamente suspendida en el aire, para que después sólo la vean los privilegiados de la dulce nostalgia. 
Se va, o parece que todo se va cuando la noche termina. La sabia mezcla de alegrías y lamentos, los papelitos que vuelan, un vaso roto, un tarro de espuma aplastado, una silla caída, un noviazgo que nace, una mirada que no conocerá el olvido, el perfume de una reina con otra belleza, las huellas de los pasos de los murgueros, el traje que esquivó la rutina y cae en una silla, el sencillo paraíso de guirnaldas, los zapatos cansados, la sonrisa pintada en el rostro con colores que no están en el muestrario del reloj cotidiano, la fantasía colada en la simpleza, la expectativa, el entierro para reírse de lo inevitable, todo en el “otro carnaval”, el de siempre, la murga que gira y esa corneta que regresa a su soledad y a su maldita condena de silencio de once meses, y que sabe en el fondo que la vida siempre da revancha.
Fabián Magnotta 8/1/2013

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