ARTES
Mucha gente hay que sostiene que NY es el centro del mundo, por ahí no es para tanto, pero si uno observa con atención verá muchas de las cosas “novedosas” en su cunita de origen, desde donde salen eyectadas o eyaculadas hacia el resto del mundo. Esto no sucede porque sean unos “grossos” sino más bien porque tienen un aparato de propaganda (hacia adentro y fuera) que deja sin aliento; y una política muy clara sobre ciertas cosas, por ejemplo el arte y la educación.
Así es que visité la gran manzana y se me dio por caminar por aquí… caminar por allá… y entre tanta caminata, ver un poco del “arte moderno” y el arte en general, pero…
Siempre hay un pero.
Yess! –Algo de inglés tuve que aprender- Porque si uno camina por la ciudad también puede ver como la propuesta “oficial” del arte comienza a hacerse pelota contra eso que algunos llamamos realidad, por más que se la niegue o esconda (sobre todo a algunas de sus facetas).
¿Qué proponen los oficiales? Bueno, para ver eso hay que ir al MOMA (Museum of Modern Arts) y al Guggenheim Museum si de artes plásticas se trata; en este último pude ver la última obra (¿?) de Gabriel Orozco  llamada “Asterisms”, comisionado por el Deutsche Guggenheim Berlín.



 Parece que el tipo anduvo de paseo por un par de playas en México y California y no tuvo mejor idea que juntar toda la basura que encontraba. Luego la “dispuso” en una sala del museo y channn!! He aquí la “monumental escultura” (¿?). Ciertamente me resultó, como artista plástico, vergonzante. Vergonzante la obra e indigno el artista. Pero cada quien puede hacer lo que le plazca, incluso llamarse artista. Mucho más indignante me pareció el museo (que en su catálogo denominó este ordenado basurero como una “monumental instalación escultórica”) –Miguel Ángel estará revolviéndose en su tumba-, que le da recursos, lugar y promoción a un artista que nada tiene de artista, con una obra estúpida e intrascendente, al igual que muchos otros que allí habitan.


Es notable la diferencia entre las primeras adquisiciones del museo y las obras de los últimos años; es fácil ver como la obra se va degradando con el aplauso del museo, los curadores y los críticos.[1] Aún así, también caminé hasta el MOMA y adquirí un pequeño grabado… en la vereda del museo. Este trabajo realizado y vendido por la artista Vartouhi Pinkston, a un precio razonable, me resultó infinitamente superior a la mayoría de la “obra” expuesta en ese mercado de baratijas llamado MOMA que, aclaro, no es diferente a otros museos de arte contemporáneo que he visitado por otras partes del mundo. Se ha constituido el museo moderno en un espacio para circular y consumir, imposible contemplar tranquilo una obra, dialogar con ella –en los casos que la obra lo permite-; una avalancha de turistas y máquinas de fotos, tablets y celulares, registran todo a su paso veloz, atropellado, para terminar en cada “store” comprando el merchandising de ocasión.
Estas cosas vi en el MOMA, compartiendo espacio con Van Gogh, Picasso, Maillol, etc.
Por ejemplo esto que está a la izquierda, ES una obra de ARTE de Brice Marden ¿Vio que lindo?
Una más y no jodemos más: La belleza que sigue es producto de la ingeniosa mente de Blinky Palermo y adivine como se llama ¿No se imagina? Bué, ¡que poco creativ@! Se llama “4 formas blancas”.



En fin, estas porquerías valen una fortuna (o varias) y se escriben toneladas de libros sobre ellas; igual no hace falta leerlos, lo mismo no aclaran nada.
Este tipo de obras inunda los museos, y la gente hace cuadras de cola para pagar su entrada y sacarles una foto y después comprar una tacita con el logo del MOMA para presumir ante los amigos y parientes. ¡Aguante la cultura!
Pero lejos de la “cultura”, muchas cuadras más lejos, en otro barrio de hecho, vi otras propuestas, no tan oficiales pero creo que mucho mejores. No solo no son oficiales sino que son realizadas por cierto tipo de vándalos que no respetan la propiedad privadísima y por lo tanto son corridos a cada rato por la policía, a la que no le gustan las propuestas culturales alternativas.
            En realidad lo que me parece que pasa acá es que estas obras como las que están unas líneas debajo cuestionan de cabo a rabo al “arte mayor” como el de los museos, pero eso es para explicarlo en varios tomos. La cuestión es que me refiero al graffiti, tan característicos de la “negrada” neoyorkina, como el negro Franco, sin ir más lejos, que muy lejos de las playas orozquianas, estaba a las ocho de la mañana y con cinco bajo cero en pleno Harlem, frente a sus murales tratando de vender alguna acuarelita a los transeúntes, que dicho sea de paso, no parecían tener mucho poder adquisitivo.
Como soy un gran cholulo, me saqué una foto con él.



Como ejemplo contrario a la obra que circula, la comercial, tenemos la obra pública mural, que por sus características NO puede circular, pero sí ser vista por miles, gratis y las 24 horas. Si vemos aquí debajo un par de ejemplos de graffitis neoyorquinos (tomadas en Queens y Haarlem) podremos percibir algunas diferencias, por ejemplo con las del MOMA (la primera y más obvia es que el ARTISTA tuvo que laburar):





Pero este tipo de obra es un problema, por eso se la combate; no se puede cobrar entrada, no se puede vender, no se puede mover. Y la gente la disfruta o no, y la entiende o no, pero la vive, lejos de lo que sucede en el MOMA, el Guggenheim y Gabriel Orozco.
Algo parecido me pasó con el teatro. Andaba mucho por el “centro” y en Times Square estaba lleno de teatros, como la Corrientes de Buenos Aires, pero con más carteles y más glamour (es el primer mundo). Puros musicales recontra trillados y clásicos: El fantasma de la ópera, Annie, y cosas así, hasta Evita con Ricky Martin (no lo encontré para sacarme fotos, pero ya tenía una con Franco). Gracias a mi hija que me acompañaba y traducía estoicamente fui a ver una “cosa” que no era teatro pero era en un cine/teatro en Chelsea (la zona “artística”). Frente a los doscientos y pico de dólares del Ricky Martin, estos te dejaban pasar por veinticinco y uno podía ver una cosa muy creativa –estilo performance- realizada (literalmente) encima de una película muy bizarra de los años ‘70: The Rocky Horror Picture Show. Era todo en inglés así que no entendí nada pero me encantó, en realidad igual se entendía o no había nada que entender. Los tipos, dirigidos por Tom Amici (¿le suena el nombre? No se preocupe, no lo conoce casi nadie), representaban escenas de la película mientras esta se proyectaba e interactuaban con los personajes de la pantalla, y lo hacían con una entrega, una seriedad –aunque era cómica- y una creatividad que ya quisieran tener los artistas “oficiales”. Aproveché mi carnet de periodista de “El Día” que había mangueado para poder entrar a los lugares que la “masa” no puede –y tal vez no pagar  entrada- , y ahí nomás pelé grabador y le hice una entrevista en español que mi abnegada hija le tradujo y viceversa. El Tom me contó que su grupo está constituido mayormente por camareros/as –un lugar común en Hollywood y Nueva York también- medio vocacional pero muy profesional. Y también que hace bastante que vienen haciendo la representación para los ¿veinte? que estábamos en el público.



Y yo me pregunto: ¿No puede un trabajo original, creativo, profesionalísimo, tener la popularidad de por ejemplo un cantante carilindo devenido en actor? ¿No pueden tener los “oficiales” un poco de la creatividad, el desparpajo y las ganas que le ponen estos chicos, aunque haya veinte personas en la sala?
No, no pueden. Y eso tiene porqué y las dos o tres empresas dueñas de todo lo saben, pero es tema para otra vez.
No sé como estuvo la nueva “temporada” (y los que hacen teatro todo el año, ¿qué son?) en Gualeguaychú, pero me imagino que, casitas más casitas menos, igualito a Nueva York.
La conclusión que saqué de todo esto, aclaro que también visité algunas galerías de arte (las que NO vendían lo que se promociona como “el arte” sino cosas más clásicas si se quiere), es que al igual que acá, allá la cosa esta de los nuevos lenguajes y los nuevos conceptos y todo lo nuevo, no le interesa a nadie. Te lo meten con embudo, por supuesto, pero a la hora de la verdad disfruté más de los graffitis y el teatro alternativo que con lo más de lo mismo “oficial”, sin oficio, sin mensaje, sin trabajo, sin nada, bah. Pero eso sí, los “nuevos y oficiales” –tipo G. Orozco, la juntan con pala –el museo también- y los otros pobres, a ponerle el pecho al frío. Y eso es arte ¿no?

Religión
Ya que andábamos por Harlem, cómo no íbamos a mandarnos a una misa Góspel (las misas Góspel son las misas que hacen, justamente, los cristianos bautistas afroamericanos y en ellas se realizan esos cantos tan característicos provenientes de los “Negro Spirituals” que todos hemos visto en alguna película con esos coros que cantan tan lindo con sus togas de colores, etc.) pues lo que he visto allí me ha dejado pasmao, para qué le cuento.
Vamos por partes y aclaremos algunas cosas como para contextualizar. Estas misas son en iglesias de negros, pues a ellas los blancos no asisten ni los latinos tampoco. Es una pena que no pueda mostrar imágenes porque no dejaban filmar, fotografiar, grabar ni casi nada que termine con ar. Por el contrario les encantaba aplaudir y sonreír, que terminan con ir. En cambio a las misas de blancos si pueden ir los negros (sobre todo los que quisieran ser blancos, pero poquito nomás). O sea, no es que “no puedan” ir los blancos, pueden, pero no van; estas misas son cosa de negros hubiera dicho mi abuela, si no estuviera en el cielo, un cielo dónde no hay angelitos negros.
Hecha la aclaración, sigamos. La cosa es que por intermedio de un guía pudimos entrar –uno puede ir a la misa, pero la cara de turistas nos hacía sospechosos-, previas negociaciones que resultaron en que conseguimos una excelente ubicación al fondo a la derecha, casi nos faltaba un cartel que dijera “Estos son los colados” pero en fin, la misa todavía no empezaba así que me puse a radiografiar gentes y edificio.
Para alguien como yo que ha sido formado en la más pura tradición católica latina, esa iglesia no parecía una iglesia, más bien era como un anfiteatro sin gradas, en donde el coro se ponía más bien al fondo –del escenario se entiende- justo antes de la “pileta” donde los bautistas se bautizan, de cuerpo entero. Y casi metido entre el público el pastor con un altar tan sencillo que casi parecía una mesita. Tampoco había pinturas ni esculturas ni cosas raras, todo muy sencillito, una araña grande al medio. Eso sí, en la parte redonda (la del público) había una especie de balcón, como el gallinero de los teatros, pero como acá no se pagaba entrada nadie lo usa y todos van abajo, con la masa; por ahí apareció un grupito de cinco o seis franceses que también querían misa exótica y los derivaron al gallinero, desde donde se pasaron por el cuarto a todas las prohibiciones y con sus celulares sacaban fotos y filmaban, para enervamiento de un negro que era como el inspector de turistas y a cada rato tenía que retarlos, pero en voz baja.
Mientras miraba el edificio y con insana envidia a los franceses fotógrafos, no pude evitar pensar en qué diferente era esta iglesia a las nuestras; estaba diseñada para integrar y compartir. El pastor no estaba lejos y más alto que su rebaño, sino junto a él. Era más bien pequeña (unas ciento veinte o ciento cincuenta personas calculo de capacidad) y desde cualquier lugar uno veía todo y a todos. Tampoco tenía una altura descomunal sino la de cualquier lugar (cinco metros y medio a lo más, si tenemos en cuenta el gallinero). Si tengo que resumirlo en una palabra, eso no era una iglesia, era una casa, una casa de reunión, pues eso era la misa, una reunión con todas las letras.
¿Y quiénes se reúnen? ¡Pos todos los negros del barrio! Y claro, arrancan la misa a eso de las nueve y siguen de jarana hasta las seis o siete de la tarde; paran un rato al mediodía, traen lo que trajeron para comer, arman mesas y comparten. Y después siguen. Con qué siguen ya se los cuento en un rato, porque ya estaba empezando a caer la gente, y eso sólo era todo un espectáculo.
Valga la paradoja, estaban todos los negros de punta en blanco, parecía una de esas películas del sur de América del norte, Louisiana, el Mississipi y todo el ratatá, pero sin los clásicos amos blancos. Las mujeres mayores estaban casi todas encorsetadas en esos trajecitos tan simpáticos de pana o telas así, con rojos, azules, verdes y blancos furiosos –sí blancos furiosos también- todas con el infaltable sombrero lleno de adornos y cosas. Los hombres por su parte de riguroso traje y camisa blanca, corbata casi todos, y los niños igual. Las niñas de vestiditos blancos muy coquetos y almidonados. Algunas jovencitas ya vestidas un poco más a lo moderno, alguna que otra con calzas intravenosas e infartantes, pero súper elegantes. –tengo que decirlo, las negras espectaculares que aparecen en las películas, ¡existen!- No puedo decir lo mismo de las rusas de las películas, pero ese es tema para otro artículo-. Bueno, no nos desviemos que perdemos la seriedad y el hilo.
Por supuesto, también llegó el pastor meta saludar por acá y por allá –todos se saludaban con todos en realidad, incluso alguno que otro nos venía a saludar a nosotros que no entendíamos nada. A los franceses transgresores nadie subió a saludarlos.
Y se largó la misa.
Otro espectáculo. Yo no entendía nada, o casi. Por suerte tenía a mi lado a mi hija/traductora que de a ratos me iba contando que pasaba o que decían. Igual me encantó, porque el pastor se largó con una arenga –como las de las películas- que era pura pasión, y el rebaño no se quedaba atrás, cada dos o tres frases se escuchaban algunos aleluyas y cosa así, pero lo más lindo era que cada tanto algunos fieles contestaban o metían un bocadillo en medio de la homilía y el cura los alentaba. Nada que ver con las solemnidades a que yo estaba acostumbrado cuando era niño y, a la fuerza, cristianísimo con catequesis y todo –después me mandaron a colegio de curas y ahí perdí la poca fe que tenía, paradójicamente-. En fin, que se habló un poco de los problemas clásicos de la hermandad, el racismo, los problemas del barrio y eso. Hasta que por allá se cortó el sermón; largó un pequeño coro que ni Frank Sinatra y Eva Fritzgerald juntos mire. Eran impresionantes. Nos regalaron un par de temas y el rebaño no solo escuchaba sino que también cantaba, coreaba, aplaudía, se ponía de pié y ya unos cuantos bailaban con mayor o menor timidez, pero con ese ritmo que llevan en la sangre.
Acá podemos hacer un paréntesis para ver un par de cosas que estuve pensando –tenía la cabeza a mil de tanta cosa nueva para ver y absorber- La primera es la cuestión de lo comunitario que se respiraba en el recinto. No podía dejar de relacionar ese ambiente con el que seguramente tenían sus tataratatarabuelos allá en áfrica, donde para cada cosa tienen una fiestonga con baile y todo, en la que participa toooda la comunidad. Parecía como si a pesar de los siglos y los cambios que implicó su traslado a América y el sometimiento a nuevas formas sociales, religión y costumbres, los tipos se las hubieran arreglado para conservar esa cosa tan esencial de las comunidades tribales como es el compartir en grupo, todo el grupo.
La segunda es el tema del ritmo. Las comunidades tribales, al menos en el áfrica negra- tienen un marcado sentido del ritmo, pues es a través del ritmo que organizan su existencia, ya sea de ritmos sonoros, como los de las tareas cotidianas, moler grano por ejemplo, sonidos o cantos rítmicos para no perder el “ritmo” del trabajo, ritmos naturales –noche/día, estaciones, etc. Y aún hoy, todo lo hacen con un marcado sentido rítmico: las palabras del pastor, los cantos, los aplausos, los aleluyas, todo, era cien por cien ritmo; y más de una vez me encontré contagiado por el ritmo moviendo las puntas de los pies, la cabeza o aplaudiendo como un negro más del montón –y de hecho soy bastante negrito así que estaba en mi salsa-. Si uno se fija, hasta para llorar lo hacen con ritmo, y qué son sino los maravillosos “Negro Spirituals” de donde proviene el Góspel, sino un llanto cantado, algo parecido en cierta forma a lo de los Gitanos y el Flamenco.
Eran un par pero vamos a agregar una tercera cosa: el pastor.
El pastor nada tiene que ver con un cura. Nadie lo ve como un ser superior y no establece ninguna distancia con el resto de los fieles, se viste igual, habla igual, está bien metido en las cosas del barrio, es uno más.
Y de vuelta la tribu. Si sí, porque en la tribu no hay jefes, todo es comunitario, a lo sumo algún líder eventual para alguna tarea eventual. Y al atributo de líder hay que ganarlo con la destreza, bastante poco que ver con nuestros “líderes” que a veces ni a la calle pueden salir para que no los carajeen. Fíjense en la foto de abajo, la saqué en la Iglesia de San Patricio, en Manhattan y compárenla con la que está al lado, que la saqué de internet y es prácticamente igual a la que fui.[2] No hace falta ser muy bicho para notar la diferencia, cura incluido, aunque en la segunda foto no se vea. En San Patricio la cosa se impone, es inmensa, fastuosa, llega hasta el cielo casi; el cura acompaña el decorado con su traje medioeval, su súper trono y su súper altar (en la foto no se ve, pero era súper), dominando la cosa desde las alturas. Como se ve, aquí el liderazgo se impone y marca a través de atributos externos a la persona, que puede tener las características deseadas o no, pero ya están impuestos. Y les aseguro que NADIE se atrevería a hacerle algún comentario en medio de su homilía.

En cambio el pastor parece que es respetado por él mismo, no por su traje o su edificio o convenciones sociales. Y ya que jugamos a las diferencias, otra importante que noté entre ambas iglesias, es que en la Góspel nadie nos vendió nada, solo pasaron la clásica canastita para que si uno quisiera colaborara con algo, y fíjense que acá se nota OTRA diferencia que no es menor: la limosna en la misa Góspel no se pone en la canastita así sin más, primero uno debe ponerla en un sobrecito blanco que entregan a tal efecto. Cuando uno pone el dinero en la canasta, no se ve. Uno no chapea si pone mucho ni se siente un rata si pone poco o no pone nada. Todos iguales.
En San patricio había tanto turista que no se podía caminar, y encima era hora de misa. No me quedé para la limosna, pero en los pocos metros que pude recorrer, me quisieron vender velitas, estampitas, alcancía para la virgen de esto y la de lo otro, colaboración con la restauración y creo que hasta una foto del cura autografiada. Si uno mide su devoción en dinero, más de un fiel se habrá fundido con sólo poner un pié ahí adentro. Y eso que se ve que plata no les faltaba, ni oro.
Cerramos el paréntesis y seguimos con la misa.
La cabra tira al monte y el cura tira al sermón, y a eso volvió el pastor. De nuevo esa especie de diálogo mechado con aleluyas y alabanzas a Dios, nuevo interludio y ahora le tocó el turno a una solista que cantaba como los dioses, valga la redundancia.
Luego de esto se veía ya por las palabras del pastor que la cosa se acaba –para nosotros, porque ellos la iban a seguir- pero llegó el momento de darse la paz o algo así, porque no era igual a las misas de por acá, en que uno le da la mano al de al lado o un veloz y superficial beso de compromiso a la de al lado. ¡No señor! Allá se paraban todos y empezaban a los besos y abrazos, y el tiro era saludar a los desconocidos sobre todo, porque a los conocidos los vemos todos los días, y acá la tribu se reunificaba y reintegraba y también absorbía al extraño –justo nosotros-. Se nos vino el rebaño encima y todos a saludarnos y desearnos felices fiestas y que estemos bien y no sé que más porque mi traductora/hija no podía parar a traducirme, así que yo le mandaba tanjiu tanjiu por todos lados y zafaba un poco –por ahí metía un yes como para que vean que tan bruto no era y más o menos dominaba el idioma.
Y ya no tuvimos que ir, porque seguía la comunidad por su lado sin tanto turista. La verdad es que me fui medio emocionado, y la verdad a mí las misas no me emocionan nada, pero como les decía, esto era más bien una reunión de amigos, en la que compartían su fe, y sus cosas cotidianas, una cosa no estaba separada de la otra.
Y también me emocionó este retazo de pueblo maltratado, humillado, esclavizado y despreciado, que se las ha arreglado por cinco siglos para sobrellevar el sufrimiento a partir de simplemente permanecer juntos, ayudarse, compartir. Y lo ha hecho sobre las bases de una institución que mucho ha tenido que ver en su desgracia. Parece que Dios aquí a quedado como una excusa para que parezca que cumplen y se someten, pero que hacia dentro, atravesando el tiempo y la distancia la tribu renace en sus cantos, en su estar juntos y sonreír. Y yo nunca había visto a nadie reírse en una iglesia.

Nueva York, Navidad de 2012

[1] Debo señalar la honesta y rarísima excepción de Avelina Lésper, crítica Mexicana que ha posteado un interesante comentario, que invito sin dudarlo a leer en http://www.avelinalesper.com/2013/02/el-catalogo-de-la-insignificancia.html
[2] http://www.nuevayork.net/fotos/misa-gospel.jpg

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