En Paucartambo (Andes peruanos, 4.000 hab., a 2800 msnm), antiguo “tambo” Inca se celebra, hace más de tres siglos la festividad de la Virgen del Carmen -la “Mamacha” como gustan llamarla los lugareños-, recordando el alzamiento de los nativos Chunchos contra los hacendados españoles, allá por el siglo XVII; y se recuerda, lavado por el ánimo amoroso de la virgen, la masacre de los blancos a través de rituales batallas de humo, fuego, látigos y acrobáticos saltos y danzas realizadas por los doce grupos de danzantes que representan diversas etnias , ciudades y grupos sociales que han convivido y conviven en el lugar. El mestizaje de la fiesta es el mestizaje del Perú, desde la celebración al sol desde el cercano “Tres cruces” con su amanecer imponente hasta los ritos y el prestigios de pertenecer (solo los criollos) a alguna de la danzas. Los nativos, herederos de otras cosas, viven la fiesta desde otro lado, no se involucran más que lo necesario para vender sus mercancías, que van desde sapos para preparar medicinas hasta cremitas dulces de clara de huevo, pasando por cerámica, textiles, máscaras y cuanta cosa se pueda uno imaginar. Aquí se resumen la grandeza y la miseria de un pueblo único, en el que cohabitan los nativos ancestrales con los descendientes de los que llegaron del otro lado del mar. Casi no se mezclan, casi no se odian. Casi no dejan, quinientos años después, de hacer sentir la bota, unos sobre los otros, bajo el manto piadoso de la virgen, madre de todos, dicen.
Cuzco, invierno de 2016

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